EN PRIMERA PERSONA|Fibromialgia


María Luisa Hernández Rodríguez, a sus 57 años, fue camarera en un centro de mayores y, actualmente, padece fibromialgia. Hoy, nos cuenta cómo es vivir esta enfermedad en primera persona.

Háblanos de momento de tu diagnóstico, sobre cómo y cuándo lo recibiste.

Desde pequeña he tenido síntomas, siempre los brazos han sido una parte de mi cuerpo con dolor, pero una vez que cumplí 20 años, comencé a tener dolores más graves y constantes. Los traumatólogos me revisaban sin dar con la respuesta de lo que me sucedía, hasta que finalmente acudí a la consulta de un reumatólogo el cual gracias a las diferentes pruebas me diagnosticó fibromialgia. Por desconocimiento sobre esta enfermedad, mi primera reacción fue pensar: “bueno, ya tengo un diagnóstico” y comencé a indagar y a entender que me enfrentaba a una patología realmente dura, con la que a partir de ese momento tendría que adaptarme a ella y vivir de otra manera. En ese entonces, tenía 45 años.

¿Cómo lo asumes? ¿En quién te apoyas?

La verdad es que lo he ido asumiendo con el tiempo, porque cuando me enteré me derrumbé un poco. Sin embargo, a medida que pasan los años he ido conociendo la enfermedad y el apoyo de mi familia, de mis hijas y mi marido, es esencial.

La Asociación, de la que supe a través de mi psiquiatra, también me ha ayudado muchísimo, incorporándome nuevamente a la vida social. Al darme la discapacidad por no poder seguir realizando más mi trabajo, me había aislado y ya no hacía nada fuera de casa. Hablando con otras personas que también padecen fibromialgia, compartimos y nos hacemos un grupo de ayuda diaria. Los servicios de fisioterapia, apoyo psicológico y las diferentes actividades, como senderismo adaptado e inclusivo, junto con las herramientas que dan para cómo afrontar la enfermedad, para llevar el día a día y tener mejor calidad de vida, nos ayudan a convivir y apoyarnos juntas.

Y hablando en primera persona, ¿cómo es tu día a día?

Pues tengo días en los que me siento más animada, me arreglo y quiero hacer cosas, pero hay otros en los que encuentro más desganada. Muchas veces pienso en que ojalá no me hubiera dado esta enfermedad. Desde el diagnóstico, mi vida cambió muchísimo en cuanto a la actividad que yo tenía y hacía. Me encantaba mi trabajo, me dedicaba a atender y servir a personas mayores, con mis compañeros de trabajo había buena relación. De estar todos los días activa y fuera de casa, pasé a tener que buscar otras formas de salir.

A las personas que estén en mi situación, las animo para que no se derrumben; es una enfermedad dura, pero poco a poco se va asumiendo. Les recomiendo que se unan a la Asociación y también pido, a todos, que cada uno en la medida de sus posibilidades, aportemos lo que esté en nuestra mano para que se nos de visibilidad.