MANUEL ELKIN PATARROYO, autor de la primera vacuna sintética para la prevención de la malaria.


Como homenaje a su trayectoria, rescatamos la entrevista realizada al Dr. Patarroyo para COFARTE en el año 2011, un testimonio personal de gran valor humano. In Memoriam.

Dr. Patarroyo hemos indagado en Internet, sobre su vida y trayectoria. Nace en Colombia, un 3 Noviembre 1946, escorpión y tenaz, pero hay un poco de vacío en sus orígenes: sus padres, su infancia, cómo surge su vocación…

Casi siempre procuro no hablar de lo personal porque la mayoría de las veces el concepto y la idea deben trascender al individuo, y es lo que he querido: que el concepto y el método para el desarrollo de cualquier vacuna mediante la síntesis química me trasciendan, por lo que ellas significan para la humanidad.

Nací en un pueblito muy pequeñito de 5000 habitantes, llamado Ataco, que no tenía mayores facilidades, puesto que no había agua potable, luz, alcantarillado, mucho menos televisión y teléfono, en una familia de clase media de pueblo. Mis padres tenían un ultramarino, un almacén pequeño, pero fueron gente que tenían una gran  sabiduría natural. En esencia, querían que sus hijos destacaran por su inteligencia y por su bondad, que es donde ellos localizan la sabiduría. Así nos criaron a los 11 hijos. Yo soy el mayor de los 11.

En el pueblito (Ataco) lo pasaba feliz y dichoso, no iba a la escuela hasta los 9 años, me lo pasaba con mis amiguitos recorriendo el pueblo, montando a caballo, nadando en los riachos, ¡en fin era libre! Mi mamá se empeñaba en enseñarme a leer y a escribir, sumar, restar…pero como siempre he hecho lo que he creído correcto, por una estructura de personalidad muy fuerte, no le ponía cuidado, porque pensaba que sabía lo suficiente.

Por circunstancias de la violencia que ha azotado a mi país por muchos años mi familia tuvo que irse a vivir a una ciudad intermedia de 75000 habitantes.

En esa ciudad, llamada Girardot tuve todas las restricciones, porque no podía salir a la calle sin riesgo de perderme, ser atropellado, o lo que sea. Mis padres para mantenerme quieto me dieron a leer unos tebeos, y por ahí comenzó todo. El primer tebeo que me dieron, que fue el que me impactó, se llamaba “Louis Pasteur, descubridor de vacunas y benefactor de la humanidad”. A mí se me quedó muy grabado eso, y le dije a mi papá “óyeme, que si me consigues más tebeos”. Y nunca me he desprendido del hábito de la lectura y de mis sueños de niño. Me trajo el tebeo de Robert Koch, que descubrió el bacilo de la tuberculosis, me trajo el de Gerhard Henrik Armauer Hansen, quien descubrió el bacilo de la lepra, el de Ronald Ross, el que descubrió el mosquito que transmite la malaria, y así, fui llenando mi imaginación de niño con esos héroes. Mientras otros quieren ser Messi, Pelé, o Maradona, yo de niño convertí estos sabios en mis ídolos, mis héroes.

La importancia que tienen los ídolos es que siempre se busca superarlos. Se establece una especie de rasero y yo no cambié, nunca jamás he cambiado. Ellos siempre fueron y continuarán, al igual que mis padres, siendo mis ídolos.

Louis Pasteur sólo descubrió una vacuna, la de la rabia, pero desarrolló el concepto de la prevención de las enfermedades infecciosas.   

A mí me quedó muy grabada la frase de “Pasteur: descubridor de vacunas” y, desde niño en mi mundo infantil, lo que quise ser fue buen estudiante, parecerme a Pasteur, pero orientado. Yo solito me iba orientando. Necesitaba saber biología, botánica, más adelante anatomía, etc.

En ese mundo de niño y de joven, fui elaborando mi proyecto de vida.

Como la segunda parte del título del tebeo era “benefactor de la humanidad”, nada ha cambiado. En esencia, desde los 9 añitos, ando en la misma historia, trabajar para conseguir desarrollar vacunas para el bienestar de todos los seres humanos y ser querido y llamado más tarde “benefactor de la humanidad”.  

A partir de la secundaria me volví muy buen estudiante, hasta el punto de que fui el mejor estudiante de mi comunidad autonómica, en donde la mejor estudiante fue Mª Cristina mi mujer. Ahí fue donde nos conocimos, porque a los mejores estudiantes les daban como premio un paseo por el país. Y desde esa época estamos juntos.

Yo no quería hacer medicina, yo simplemente necesitaba hacer medicina, porque lo que quería era hacer pura ciencia y, desde el primer semestre me dediqué a hacer investigación. Imaginaros a un chaval de 17 años que llega y de una vez quiere ingresar a hacer Investigación Científica. Eso impresiona a todos los profesores. Durante el primer año no encontré con quien trabajar bien, porque no conocía ese mundo, pero en el segundo año ya me encarrilé, con un norteamericano que conocí gracias a un profesor de fisiología llamado Mario Ruiz, y dijo: “que chico tan interesante que anda haciendo investigación y estudiando medicina”.

Acostumbrado como estaba a ser el primero, me fui y pregunté a la decanatura en la facultad, “¿qué le dan a uno por ser el primero de toda la carrera?”, me dijeron, “le damos una beca para que vaya a estudiar a cualquier parte del mundo”, y eso me llamó la atención. Cuando pregunté cuánto era la beca me dijeron que 100 dólares, pregunté entonces, “¿y le consiguen a uno el cupo en Yale o en Harvard?”, y me dijeron, “no, no, tiene que conseguírselo usted mismo”. Fue entonces cuando les dije, “quédense con su beca. Y óigame, no ofendan a la gente con una beca de ese estilo”. Después de este episodio afortunadamente suprimieron la beca.

Entonces me dediqué a la ciencia completamente, con este norteamericano, un médico virólogo de la universidad de Yale, llamado Ronald B. Mackenzie, médico brillantísimo quien descubrió, junto a Karl Johnson el virus que causa la fiebre hemorrágica de Bolivia (de la familia del Ébola), relacionándola con la presencia de ratones como contaminantes de los alimentos. Con una gran genialidad, se le ocurrió resolver el problema de los ratones con gatos, mandó a traer decenas de miles de gatos de Estados Unidos y, mientras yo me ponía a buscar vacunas, él traía gatos que se morían de la enfermedad, pero mientras tanto se comían a los ratones, cortando el ciclo de la enfermedad.

¿Cómo comenzó su relación con Ronald B. Mackenzie?
Pues Mackenzie, que había ido a organizar los laboratorios de virología de la Fundación Rockefeller en Bogotá, estaba tratando de desarrollar una vacuna contra la fiebre hemorrágica boliviana. El profesor Ruiz me lo presentó. Era un individuo de una nobleza espectacular, de como casi dos metros de alto de origen irlandés y Ruiz le dijo, “Ronald, mira, te quiero presentar a este chico que es muy interesante”, y me dice Mackenzie “¿tú qué quieres hacer?” y le dije, “vacunas” y además de eso agregué: “sí, pero no como usted”. Y me contestó “y usted, ¿cómo las quiere hacer?” y le dije “químicamente”. Porque yo traía la idea fija desde los once años de que las vacunas se podían hacer químicamente. Me di cuenta de que la estructura química de las moléculas se podía averiguar, con lo que se debían poder producir vacunas químicamente.

A Dios gracias tengo una memoria fotográfica increíble y eso me sirve mucho en la química.

Y así fue. Mackenzie me dijo, “nadie ha hecho vacunas químicamente; y otra cosa es que, si quiere aprender a hacer vacunas, le toca empezar por acá, haciendo las clásicas”.

Él fue mi mentor y me adoptó como un padre desde el segundo año de mi carrera. Estando en el primer semestre del tercer año de medicina me envió a Yale. Fue divertido por la forma como me enteré de la invitación. Me dijo, “toma esta carta” y por poco me desmayo, porque era directamente de la decanatura de la facultad de medicina, diciendo “El profesor Ronald Mackenzie ha considerado que usted es una persona que muy bien podría ajustarse a la Universidad de Yale, lo invitamos a que venga durante tres meses acá, con todo pago”. ¡Casi me muero! Imagínense a un estudiante de medicina que llega a Yale en tercer año de carrera. Como Mackenzie había sido profesor allí, todo el mundo lo quería, porque además era de una sencillez y una humildad excepcional. Con todos los errores que cometí, nunca jamás lo vi bravo.

El caso es que Mackenzie le dijo a la gente de la Universidad de Yale “pónganle cuidado a ese chico” y comencé a hacer cosas, trabajando bien, muy meticulosamente y quedaron en Yale impresionados con que un chico de 20 años trabajara tan arduamente y tan bien.

Así comencé preguntando “óigame, ¿aquí alguien sabe si se pueden producir vacunas químicamente?”, y no era por fastidiar, era porque quería saberlo. Y en un edificio enorme, el Yale Arbovirus Research Unit (YARU), fastidié a todo el mundo con mi pregunta.

Entre toda esa gente encontré a un investigador llamado Nick Karavatsos que era biofísico, y me dijo: “Manuel, nadie lo ha intentado, nadie ha podido hacerlo, pero la idea es lógica; ven, yo te enseño algunas cosas de biofísica” y dije, ¡bueno, a falta de pan, buenas son tortas!. En esas estaba cuando un día conocí a una profesora muy mayor que trabajaba en el laboratorio y que era la codirectora del Instituto de Virología de Yale. Un español, de origen catalán, llamado Jordi Casals y ella, Delfina Clarke, eran los directores, con quienes trabajaba además una persona muy mayor llamado Max Theiler, Premio Nobel de Medicina por haber descubierto la vacuna contra la fiebre amarilla. Se encariñaron conmigo y me hacían bromas, “a ver, dónde está el químico”. La  Profesora Clarke me dijo un día: “mire, Patarroyo, yo no tengo ni idea, pero sé que en New York en la Rockefeller University hay gente como Henry Kunkel, mi compañero de promoción que está haciendo lo que usted piensa que se puede hacer”. Yo en las noches terminaba mi trabajo relativamente rápido y me encerraba en la biblioteca a leer; había visto que en las revistas principales se hablaba de Henry Kunkel. Busqué la bibliografía de Kunkel y era el padre de la inmunología moderna, quien estaba averiguando la secuencia de los aminoácidos o estructura química de los anticuerpos.

Un día cualquiera, Delfina Clarke me comentó que al día siguiente iba para Rockefeller, donde Kunkel. Y allí fui con ella.

Abrió la puerta y dijo “Henry, are you around?”. Todo el mundo la quería porque fue de las descubridoras de los arbovirus, compañera de Kunkel y la mejor estudiante de Medicina de John Hopkins. Y así fue la historia. Le dijo, “look at this chap, he is comming from Colombia” y el dijo, “¿Columbia?”, “no, no, Colombia, with o”. Yo creo que era la primera vez que oía hablar de mi país. Y ella le dijo, “this is a crazy latinoamerican guy; he thinks that vacccines can be chemically produced. Could you help him?”. Yo me quedé de piedra, pues ni siquiera nos había presentado. Y Kunkel dijo “Yes, you know that I´m working on that”. Y en ese momento se me abrió todo el mundo, pero enterito, y me dije, “¡sí, es factible!”. Y ahí me quedé, con el padre de la inmunología del mundo, y yo sin saber ni pío de inmunología moderna. Sí, sabía las técnicas, pero inmunología no sabía. Me dijo “your idea is good”. Y yo le dije, “pero Profesor Kunkel, usted está mirando cómo se descomponen las moléculas, es decir, las secuencias de aminoácidos”, y me dijo, “no mire, a 20 metros de distancia, está Bruce Merrifield, que está fabricando las proteínas químicamente”. Eso lo logró Bruce en 1966, justo en el año anterior en que fui yo a Rockefeller.

Bruce estaba en la cresta de la onda y cuando Kunkel nos presentó me dijo, ¡sí es factible, hacer vacunas químicamente!. Necesita mucho trabajo, ¡pero es factible!. Y de ahí en adelante me encarrilé y no volví a salirme de ahí nunca jamás. Primero que todo, porque un par de gigantes, a quienes está dedicado nuestro paper de Chemical Reviews me decían que sí era factible y, en segundo lugar, porque ellos estaban demostrando la factibilidad.

Y ahí comencé y nunca me separé. A mis profesores de Colombia les decía que a mí no me importaba la medicina como tal, que yo era un peligro ejerciendo la medicina, que lo que quería era hacer investigación científica médica y no hice ni fisiología ni farmacología en Colombia sino en Rockefeller, y luego me iba para donde Kunkel y hacía química de proteínas e inmunología. Al año siguiente no hice cirugía; mis profesores me eximieron y volví con Henry a hacer más química de proteínas. Al siguiente semestre, tampoco hice ginecobstetricia. Nunca jamás he hecho nada de eso sino que me iba para Rockefeller. Cuando me tocó el año de internado, todo el mundo sabía que no tenía que hacerlo, porque tenía que irme a Nueva York a la Universidad Rockefeller donde Kunkel y Merrifield, quien luego ganó el Premio Nóbel de Química en 1984 por la síntesis química de proteínas. Después esos profesores colombianos a quienes tanto les debo, por su comprensión y apoyo me convalidaban las materias con los trabajos de investigación que hiciera en esa época. El año de Servicio Social Obligatorio que existe en Colombia o Año Rural como lo llamamos nosotros, fue uno de mis profesores, el Doctor Fernando Chalem quien le dijo al Ministro de Sanidad “oiga, éste es el único que sabe de inmunología moderna desde México hasta la Patagonia, y lo tenemos aquí y gratis, así que exímalo del año Rural”. Y así fue, a condición de que estuviera seis meses en Nueva York y seis meses en Colombia desarrollando la inmunología. Como consecuencia de eso la inmunología despegó en Colombia.

En su ponencia del Instituto de Enfermedades Tropicales contaba que lleva invertidos 33 años en este apasionante proyecto de descubrir un método racional para lograr vacunas sintetizadas químicamente; ¿cuáles han sido los momentos más duros y los más gratificantes?

Bueno, gratificantes todos, todos, todos. Cada vez que logro encontrar una solución a una pregunta o a un problema que formulo intelectualmente me doy por satisfecho. Pero hay que decir que esto no es trabajo de una sola persona, el trabajo lo hacemos entre todos. Nuestro instituto tenía antes 110 científicos. En la actualidad estamos en la mitad prácticamente porque el gobierno anterior quiso cerrar nuestro instituto, por razones oscuras, que desconozco. Pero cada proceso creativo es enormemente satisfactorio.

En cuanto a los momentos más duros, si tengo que nombrar uno, fue cuando descubrí el 26 de Enero de 1986, la primera vacuna contra la malaria. Ahí casi me vuelvo loco, la verdad que sí. Porque es perseguir una idea todo una vida y de pronto ver que es real, que si existe. Esto fue en la mitad del Amazonas, y tomé un bote. Estaba yo con Manuel Alfonso, mi hijo mayor, que era pequeño y lo dejé al cuidado de un amigo. Me fui con mi colaborador, Raúl Rodríguez, río abajo. Me senté en la proa y me caí al río y no me preocupó morirme, ¡lo juro, quise morirme! porque veía que todo lo que imaginaba, iba a suceder. Es una responsabilidad enorme sobre mis hombros.

En las investigaciones lo normal es fracasar y, todo fracaso, supone comenzar otra vez. Pero cuando tienes éxito, ya te estrellaste ¡ya llegaste!. Yo sabía que el siguiente paso era hacer vacunaciones en humanos y a eso le tenía un pánico horrible. Yo veía muertos no de malaria, sino de reacciones secundarias por las vacunas, ya que nunca antes nadie había hecho una vacuna químicamente producida. El solo hecho de poder causarle daño a cualquier persona como consecuencia de este nuevo tipo de vacunas era lo que me aterraba, y por eso quería morirme. Luego me dije, “pero qué tonto soy, si apenas he comenzado; es una responsabilidad gigantesca que la tengo que asumir”. Y salí a flote. Entonces Raúl, me saco del río.

La otra situación dura fue cuando estando en el Amazonas trabajando, el 9 de enero de 2001, me llama mi administrador y me dice que nos habían embargado. Embargaron a todo el hospital, por sus deudas. Yo era una parte del Hospital, pero no dependía de ellos. Así que tomé un carguero de pescado que apestaba horrorosamente, me fui allí y verídico, encontré marcas de “sellado y embargado”. El mundo se me fue a los pies, porque llevaba creando este instituto desde 1971, prácticamente 30 años. Y se me iba de las manos, porque no tuve la previsión de separarlo del Hospital. Un hospital de 450 años de historia, que de pronto era embargado, nadie se lo imaginaba. Un banco español fue quien lo embargó, ya saben quién, y no vamos a hablar de esto.

Hablaba también en su ponencia del aumento de resistencia de los agentes infecciosos a los antibióticos actuales y de cómo enfermedades casi erradicadas recuperan terreno. ¿Esto se debe al abuso de los antibióticos o hay otros factores?

Hay varios factores. Uno de ellos, que la bacterias tienen una serie de pequeños fragmentos de material genético llamados plásmidos, que pueden pasar de un tipo de bacteria a otro, y los más fácilmente transferibles son los de la resistencias.

Hoy en día no es extraño encontrar resistencia a los antibióticos en salmonella, klebsiella o estafilococo. Hay una promiscuidad de intercambio de genes, consecuencia del abuso que se hizo de antibióticos en épocas pretéritas. Recuerde que cuando alguien tenía una gripe, causada por un virus como el de la influenza, sobre los cuales no actúan los antibióticos, el paciente no se iba contento con el médico si éste no le recetaba un antibiótico.

Estas resistencias, ¿también se dan en el tercer mundo?

Muchísimo más grande. El uso allá fue indiscriminado.

Yo soy una víctima de una de esas resistencias. Hace cuatro años estuve a punto de morir a consecuencia de una Klebsiella resistente a todos los antibióticos, que se llama Beta Lactamasa Productora y me tuvo dos años y medio entrando y saliendo al hospital, a cirugías y a terapias. Pasé dieciséis semanas y media con catéteres y me sacaron adelante mis colegas cirujanos e infectólogos porque nos propusimos todos, especialmente mi familia, que yo que tenía que salir adelante. Yo mismo era el que decía: “Doctor Londoño estoy con fiebre, taquicardia, sudoración fría, hipotensión, etc, estoy en pre-shock” y ya los médicos sabían lo que tenían que hacer. Eso, por tratarse de Patarroyo, pero otra gente, seguro que no llega ni al principio, porque no entienden sus síntomas o porque llegan tarde al hospital.

¿Cree usted en la teoría del cambio climático? Si es así, ¿cómo influiría en la prevalencia, mortalidad y distribución de las enfermedades infecciosas?

Yo soy un creyente ferviente de la teoría del cambio climático. Pero que ese cambio climático tenga que ver con las emisiones de gases, polución etc, es lo que yo no he visto una prueba científica evidente.

El cambio climático está sucediendo y puede que algo tenga que ver este consumismo nuestro, pero más bien creo que son ciclos de la Tierra. Tuvimos una época de glaciaciones hace diez mil años, y es probable que podamos tener otra etapa similar también.

Lo que sí es cierto es que está cambiando el panorama de la salud pública a nivel mundial. Recientemente, en la Universidad de Brown, donde estaba dando conferencias, les decía que Colombia tiene tres millones de desplazados como consecuencia de las inundaciones, lo que supone el 17% del territorio de nacional (es algo así como Andalucía). Por supuesto que eso cambia el panorama de la ciudad, porque si la gente se va para otros lugares, lo que hace es diseminar enfermedades; si la migración es descontrolada, peor. A todo esto, hay que añadirle las subidas de los niveles de agua, que lo que hacen es modificar las condiciones para que crezcan ciertos vectores como los transmisores del dengue, la malaria, la enfermedad del sueño, etc.

Eso está aconteciendo e irá incrementándose. Es una guerra, entre los microbios y los otros organismos vivos. Enfermedades  emergentes como el Ébola surgen debido también a las intromisiones de los humanos en lugares en los que nunca habíamos estado o no en cantidad suficiente.

Además de éstas, están las reemergentes, como las que se han vuelto resistentes a los antibióticos, insecticidas, etc.

Yo no le pongo mucha trascendencia a enfermedades relacionadas con el desarrollo, como en la porcicultura o en la avicultura. Éstas tienen su ciclo endémico propio y son muy pocas las que pueden llegar a pasar de animal a humano; personalmente no he creído mucho en eso del “estornudo del pollo” como lo llamo yo, o el “moco del marrano”. En primer lugar, porque si no existe el receptor adecuado en el humano, como les explicaba con la malaria, se acaba el juego.

Es usted el padre de la primera vacuna química de la historia, y de la primera vacuna química contra la malaria. Aquella primera vacuna, SPf66 (1986) se ha perfeccionado para conseguir la nueva vacuna: la COLFALVAC (Colombian Falciparum Vaccine);  ¿cuál es su porcentaje de inmunización en la población y cuánto dura la protección?

Lo que teníamos hasta el momento de mandar a publicación al Chemical Reviews (la más importante revista  del mundo) era del 90% de capacidad protectiva en los monos, con lo que como mínimo, estaríamos esperando una capacidad protectiva de las mismas características en humanos. Aspiramos a tener una vacuna con una capacidad del 100% y esto es posible porque bloqueando esta etapa, y luego bloqueando la otra, tenemos doble protección. A nivel de la “larvita”, o esporozoito, la inmunidad dura dos años como mínimo; a nivel de la “perita”, o merozoito, pensamos que de dos a cinco, pero también tenemos una ventaja enorme, y es que no necesitamos hacer revacunaciones, porque estamos vacunando con una sola dosis a través de microesferas. El sistema es muy sencillo. Como son moléculas químicamente producidas aguanta el uso y el abuso, a diferencia de lo que ocurre con las biológicas, que como son derivadas de los microbios, cultivadas, o llevan enzimas de su propio crecimiento, o se van dañando espontáneamente.

Las vacunas químicas, se colocan dentro de unas microesferas con ácido láctico y poliazúcares que se llaman poliglicólicos, y dependiendo de la proporción de ácido láctico se obtendrán distintos tamaños de esferas. Cuanto más se incremente el ácido láctico, más pequeñas se hacen las microesferas, y se rompen a los 60 días. Si se incrementa más, la esfera será más pequeña y se romperá a los 180 días, con lo que sólo se tienes que dar un pinchazo o vacunación al mezclar las tres microesferas.

En el momento en que estamos, ¿cuál sería la secuencia de pasos a seguir y en cuánto tiempo tendríamos la vacuna lista?

A mí no me gusta dar tiempos, porque es la mejor manera de equivocarse, pero sí podemos decir que para Septiembre del año que viene (2012) estaremos iniciando los estudios clínicos en humanos. Ahora estamos llenando los papeles desde todos los puntos de vista (jurídicos, éticos, etc.). Estimamos que en tres o cinco años estaremos entregándola, pero no quiero ponerle presión.

¿Ha pensado ya en la forma de distribución de la vacuna? ¿Será entregada a la OMS, como en la ocasión anterior? ¿A los gobiernos?…

No, no, no. Yo acabé cansado con las OMS. Me disculpan, pero me abstengo de hablar de esto.

Estamos planeando con una serie de amigos bastante adinerados la creación de un consorcio para que se produzca y distribuya gratis o al coste. Hay gente muy solidaria que está entre los veinticinco primeros puestos de la lista FORBES y que no buscan reconocimiento, sino colaborar por simple altruismo. Son de una generosidad increíble, y no quieren que se les mencione para nada.

En este mundo tan competitivo, ¿qué vacuna tiene usted para proteger la vacuna?

Nada, la confianza que tengo en mi gente. Yo prefiero ser engañado a andar prevenido. Si se anda en todo momento prevenido, no se hace nada. Si alguien te engaña, pues allá él. Es problema es suyo, no tuyo. Mira que la fórmula anda ahí pegada, en el pen-drive. Yo no sé quién tiene la presentación ahora, pero la verdad es que ni me preocupa.

Nosotros ensayamos cuatro mil moléculas y sintetizamos treinta y ocho mil, con un índice de acierto del 1 por mil. Quienquiera que llegue y diga que tiene la fórmula, tendrá que demostrar las bases,  o principios sobres los cuales se diseñó la vacuna los cromatogramas, los análisis en monos…tienen que demostrarlo todo y anexar los datos. Mis abogados están de los nervios, pero nadie puede anexar todo lo que tenemos.

Nosotros desarrollamos el concepto, el método, la síntesis química. El producto es la vacuna de la malaria.

¿Qué sensación puede tener alguien al pensar que con su esfuerzo puede ayudar a tantas personas?

Pues que le di sentido a mi vida. Es una sensación increíble, pero tampoco es de gozo. Es de una responsabilidad enorme, muy grande, porque apenas estoy principiando. En cinco años más tendré 70, pero en vacunar a dos mil quinientos millones de personas a una velocidad de 150 millones de personas por año, se me van los siguientes 15 años; tendré 85 años en ese entonces para ver nada más que el comienzo del declive de una enfermedad a la que he dedicado toda mi vida, la malaria, habiendo comenzado a los 9 años.

Le he dado así sentido a mi vida y he querido ser un ejemplo de cómo debe ser la ciencia, ya que la ciencia debe estar al servicio de la humanidad.

Los premios han venido por la solidaridad, por la generosidad…y yo digo que seamos solidarios; si no, el mundo se nos va.